Encuentra INAH indicios de resistencia cultural indígena tras la Conquista
Se trata de restos de un complejo doméstico y el depósito de un taller de lítica, localizados a metros del antiguo Colegio de la Santa Cruz de Santiago
Se hallaron 36 entierros, seis de ellos en urnas, 15 mil piezas de lítica, más de 200 figurillas femeninas, entre otros objetos, y se registraron 112 tipos cerámicos
Los restos de un complejo doméstico y de un taller de lítica que arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) descubrieron en un predio de la avenida Paseo de la Reforma, frente al Tecpan de Cuauhtémoc, a escasos metros del antiguo Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, confirman que a los pocos años de consumada la Conquista de los mexicas en Tlatelolco, grupos indígenas sobrevivientes regresaron a sus antiguos asentamientos para continuar con sus ceremonias y rituales religiosos, como una suerte de resistencia cultural.
Los vestigios, que datan del periodo Posclásico Tardío (1200 – 1521 d.C.) al Colonial Temprano (1521-1650 d.C.), permanecieron por siglos bajo las calles de la bulliciosa colonia Morelos —en los límites con Tepito, al oriente de la Zona Arqueológica de Tlatelolco—, en el lugar que ocupó el barrio de Santa Lucía Tecpocticaltitlan o Telpochcaltitlan (“lugar de paredes o casas sin techo” o “lugar donde está telpochcalli”).
El proyecto de salvamento arqueológico lo llevó a cabo un equipo de arqueólogos de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) dirigido por José Antonio López Palacios, quienes identificaron dos áreas: al sur un complejo doméstico con un sector ritual, cuya arquitectura permitió inferir la reocupación de los espacios en una época de 1525 a 1547, en donde se halló un pequeño almacén con ollas globulares y restos orgánicos que pertenecen a la época colonial.
Al pie de una plataforma arquitectónica hecha con lajas de piedra, al exterior de una serie de muros construidos con tezontle, basalto y algunos adobes, se hallaron dos esculturas antropomorfas, de 40 y 35 centímetros de alto, aún con restos de policromía; el arqueólogo Aarón Ochoa Vidrio detalló que asociadas a estas piezas, había cuatro ofrendas dedicadas al momento en que fueron depositadas las esculturas.
José Antonio López explicó que las figuras representan a dos personajes sentados; una de ellas fue elaborada en basalto y conserva restos de pigmento azul en la parte del cabello y algo de negro y azul en las mejillas; la otra fue tallada en tezontle y tiene sedimentos de pigmento rojo y negro bajo los ojos, así como algunos en blanco que podría ser estuco.
El arqueólogo manifestó que ha sido muy difícil interpretar las esculturas: “Cuando estaban ‘vivas’, en el momento prehispánico, posiblemente fueron sepultadas en ese lugar con una advocación, pero con la llegada de los españoles y al no poder los indígenas recuperar sus antiguas deidades, es posible que cambiaran su sentido, como una forma de resistencia religiosa y cultural”, expuso José Antonio López.
Afirmó que las esculturas se relacionan con ese momento de tránsito: cuando una nueva generación de indígenas, a medio evangelizar, continuó practicando sus tradiciones en lo que se llamaba Nepantla, “estar en medio”.
Asimismo, los arqueólogos, en colaboración con Laboratorio de Paleobotánica y Paleoambiente del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, localizaron un campo de cultivo que consideran data de la época prehispánica por los materiales asociados, así como una serie de canales navegables también de la época prehispánica, pero que continuaron en funcionamiento hasta la etapa colonial, por la asociación a materiales de la fase Azteca II, hasta objetos de metal y de manufactura europea.
En tanto al norte del terreno registraron una segunda área que, por sus dimensiones y la cantidad de material hallado, presumen se trate de un taller prehispánico con posible uso en la época colonial. En este sector se recuperó gran cantidad de obsidiana gris veteada, dorada y verde, asociada principalmente a núcleos de dos tipos: prismáticos y bifaciales. La arqueóloga Xantal Rosales García explicó que se registraron 15 mil objetos terminados y cerca de dos toneladas de este material en diferentes estados.
En todo el predio se localizaron un total de 36 entierros de niños y adultos. De ellos, 30 estaban ubicados en el área sur, seis dentro de ollas globulares de manufactura indígena utilizadas como urnas funerarias: dos son prehispánicos y cuatro coloniales, éstos últimos identificados por los materiales asociados como cerámica vidriada y algunas mayólicas.
La antropóloga Josefina Bautista Martínez, investigadora de la Dirección de Antropología Física (DAF), explicó que no todos los entierros son individuales, por lo que aún no es posible determinar el número de sujetos presentes. Destaca el entierro de un infante que se halló cubierto con un plato, tenía una navaja de obsidiana de 15 centímetros en el cráneo, así como un fragmento de sílex en la parte cervical y una piedra verde sustituyendo un molar.
Asimismo, en el predio excavado se registraron 112 tipos cerámicos y se hallaron poco más de 200 figurillas femeninas, así como varias ollas globulares vacías, algunas en fragmentos, entre otros objetos. La recuperación de las piezas arqueológicas se realizó gracias a la labor de especialistas de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), encabezados por la restauradora Teresita López Ortega.
Finalmente, el arqueólogo José Antonio López Palacios, aseguró que los materiales arqueológicos descubiertos indican una persistencia religiosa, oculta, de estos grupos indígenas durante la evangelización, a pesar de que los franciscanos estaban muy cerca de ahí.